El enviado.
Salah Al Din El Ayubi recuperó Jerusalén de los cruzados; era un kurdo. Hoy, quien quiere hacerse de Jerusalén es Erdogan, afirma que Jerusalén es una ciudad turca. No me asombraría que en los días venideros le declare la Guerra Santa al Vaticano. Total; una locura más; ¡qué más da! “Que lo anoten en mi cuenta…” –diría él. Aliev, el Dictador de Azerbaiyán, un turco tártaro, bombardeó el mundo con publicidades engañosas contra Armenia. Compró muchos periodistas internacionales capaces de meter a Dios y el diablo en la misma bolsa por un puñado de dólares. Él pudo hacerlo; todos sus crímenes de lesa humanidad los atribuyó a los armenios, las bombas de racimo y las de fósforo blanco, obsequiadas gentilmente a Bacú, capital de Azerbaiyán, por el presidente de Ucrania, Incluso el hecho de cambiar uniformes con los caídos armenios y hacer que los armenios decapitaran azeríes. Hubo quienes se le creyeron… Lo único que no logró tergiversar, fue sus ataques con los drones israelí. El dinero es alma y refugio de los vencidos y el opio de la conciencia y a Aliev, se le permite esas extravagancias, al igual que el falso Profeta Erdogan, que goza de la fortuna robada a los armenios y demás pueblos originarios de Asia Menor. Y hay quienes los siguen… Los miserables van detrás de su cabecilla por dos dineros y la promesa de acceder a las butacas privilegiadas en el Séptimo cielo. Evidentemente, nuestro mundo no está listo para encaminarse sin odio ni maldad. No está preparado psicológicamente para engendrar una nueva raza de humanos que acceda a cumplir con los diez mandamientos de Egipto antiguo, rescatados por Moisés. Le falta una desinfección total de su ignorancia generacional. Su fe, al igual que los demás credos nunca produjeron los efectos deseados. Para resolver el rompecabezas hubo quienes expresaron su humanidad a través del Talmud. El hombre no logró nunca canalizar su esencia divina en el buen sentido de la palabra. Las raíces primitivas y salvajes no han podido ser controladas. El odio y los infinitos errores han servido de excusa para que se cometan crímenes y no sentir remordimientos, tanto en la moral como en la conciencia. El mundo sigue siendo una jauría, encajada en una cárcel de muchedumbre…