Ya no más.
Filomena y Antonio son una pareja común con problemas habituales como cualquier otra. Al menos es lo que reflejan en el exterior. Al cerrar la puerta de la entrada la historia cambia de forma radical.
Ella, a pesar de ser una profesional, se dejaba manipular y maltratar por el hombre que escogió para ser su compañero de vida y padre de sus hijos.
Los celos enfermizos de él y su afán de controlar hasta el menor de los movimientos de Filomena la habían elevado al clímax del hastío y terror.
Su personalidad había cambiado; ya no era esa mujer alegre y jovial que muchos admiraban y otros envidiaban. Se había transformado en una persona taciturna y sombría.
Cierto día que Antonio llegó de viaje, Filomena andaba indispuesta por cuestiones de salud, y éste con su mal genio le restó importancia a lo que ella sentía. Como si nada sucediera le ordena de forma abrupta que le dé de comer porque estaba hambriento. Ella, de forma mesurada le pide a su hija mayor, María, que atienda a su padre porque ella se sentía indispuesta.
María, sin remilgos, atiende la solicitud de su madre. Esto no es bien visto por su padre y blofea enérgicamente sobresaltando a ambas mujeres. -¡Qué es esto! – ¡Acaso ella es mi mujer! – ¡La que tiene obligaciones conmigo eres tú, no ésta pelmaza! (lo grita al mismo tiempo que señala a María).
– ¡Vamos levántate y atiéndeme como tu marido que soy! – ¡O me las pagarás! Con estas últimas palabras la jala por el brazo y ella cae de bruces al pie de la cama.
María salta inmediatamente para ayudar a su madre y le pide a su padre (con voz entrecortada) que no la lastime; lo cual, en lugar de calmarlo lo enfurece más y le propina una bofetada con el reverso de la mano tumbándola de rodillas al lado de su madre. Filomena al ver esto saca fuerzas escondidas y se levanta muy rápido; Antonio, quien estaba de espaldas, no se da cuenta de esto y la mujer aprovecha su omisión y toma una figura de cerámica que estaba en una mesita y se la atesta en la nuca al hombre, dejándolo atontado al mismo tiempo que le gritaba a María que saliera a pedir ayuda y, María, con la boca ensangrentada por el golpe que le había propinado su padre, toma el celular de su madre y sale gritando a los vecinos por ayuda.
Antonio, al darse cuenta del barullo toma un cuchillo y sale de la casa también; pero, ya los vecinos habían salido al auxilio de ambas mujeres y Antonio no tuvo más alternativa que salir despavorido por la calle.
María se había encargado de llamar a la policía y aparecieron casi de forma inmediata. Los gendarmes les tomaron la declaración a las víctimas y les explicaron cómo debían proceder si decidían continuar con el denuncio.
Así, Filomena y María acabaron con tantos años de vejaciones y maltratos por parte de Antonio. A éste, le abrieron un proceso fiscal por maltrato y abuso de género contra su esposa y su hija teniendo un desenlace de cumplimiento de restricción de libertad por tres meses y de acciones comunitarias establecidas por el juez a cargo de la causa, a su vez con orden de alejamiento el cual estaba obligado a cumplir, de lo contrario la condena sería más rigurosa.
Por su parte, Filomena y María comenzaron una nueva vida.
Filomena volvió a ser la mujer que todos admiraban y María continuó con sus estudios apoyada por el amor incondicional de su madre.