Cuando la mujer.
La mujer. Hay cuestiones que no son fáciles de ubicar y muertes que se repiten todos los días. Como los tiempos en que la mujer no se pudo mover. Ni tomar un café. Ni sentarse en un bar. Las horas hermosas vivían en sueños, en un más allá, íntegro, de colores en un mundo vacío. De tertulias íntimas difíciles de encajar. Atiborrado de retratos fingidos. Los saberes intensos ocupan lugar, los haberes inquietos no tienen sitio en la rutina perenne y trivial. Seguir deseando nortes mientras lo cotidiano irrumpe es sinónimo de querer avanzar. Las faltas de memoria siempre tienen casa en donde morar. Tienen donde caerse muertas antes de fracasar. Luego de agitar las velas simulando navegar. De reírse a carcajadas sintiendo el placer de incinerar. Incinerar labios, manos, ojos, piernas y cantos. Suspiros, firmamento de golondrinas. No me voy a hundir en un regazo infiel, de pupilas falsas. De palabras dulces con olor a podrido. Vino lija, infinito. Las noches tibias se hicieron días de sol. Cabellos de diamante. Solas y acompañadas. ¿Qué hace libre a una mujer? Resulta que aquello que la haga vibrar. Aquello que da paz a su pecho. Un orgasmo de cielo, un lamido mental. Aullido, aullido, tierra, segmentos, estallidos.