Los docentes en las celdas del panóptico.
La libertad de acción de las personas y el poder represivo de las instituciones ha estado en boca de la filosofía, desde Platón hasta Darío Z. Hay un concepto que se hace muy presente en la era informática, y algunos vinimos recién a descubrirlo con el coronavirus, y es la idea del panóptico.
¿Y qué es el panóptico? La palabra significa algo así como “ver todo”, tener un acceso visual a todo. Panóptico es el diseño de una cárcel, hecho por el filósofo Jeremy Bentham en el siglo XVIII. En los papeles, las celdas de los presos estaban en un edificio circular alrededor de una torre central donde se podía observar a todos, pero no se podía ver hacia el interior de la misma torre. ¿El secreto psicológico del panóptico? Que los presidiarios nunca sabían si estaban siendo observados. Podía haber uno, dos guardias, ¡o ninguno!, podían estar de tu lado de la torre, o mirando hacia el otro punto cardinal… ese es el plan: al no saber si te observan, pero conociendo la posibilidad de que lo hagan, muchas personas asumimos que así es. Y actuamos en consecuencia.
¿Suena un poco persecutorio? Puede ser, pero no debería sorprendernos para nada. Actualmente, no tenemos un diseño urbano de “panóptico”… pero tenemos cámaras. Antes de que me acusen de terraplanista, no es mi estilo proclamar estupideces sobre conspiraciones, y palomas robóticas, vacunas de control mental y eso. Pero es una realidad: las cámaras omnipresentes un muchos sitios de la ciudad de Mendoza han llegado para quedarse. Y no me opongo ¡bienvenido sea! Mientras las fuerzas policiales y de seguridad las usen para cuidarnos: seamos justos, esas cámaras con forma de huevo opaco han ayudado a esclarecer algunos delitos.
Pero un buen día, estalló una pandemia, y todos los ciudadanos que, por poner un título provisorio, fueron catalogados como “no esenciales”, a encerrarse en casa. Entre estos ciudadanos se encuentra el grueso de la población docente (aunque estoy seguro de que a Sarmiento no le temblaría el pulso para moler a golpes al que se atreviera a decir que un docente no es esencial para la provincia). Los profes y los alumnos en casa, y los que tienen la suerte económica de tener alguna compu o celular, y que tenga internet, y que puedan usarlo de corrido, empezaron con las clases virtuales. Clases virtuales que, en muchos casos, involucran videollamadas. Con la llegada de este escenario de la virtualidad, la Dirección General de Escuelas continuó con el esfuerzo que lleva adelante desde hace unos años para idear lo que podemos llamar el “panóptico digital”. En este escenario, y esto empezó a hacerse muy evidente en la gestión de Alfredo Cornejo, su lógica avanza más o menos así: los profesores no van a cumplir su parte del trato. Las profesoras son vagas, van a aprovechar la cuarentena para no laburar y dormir todo el día, o son unos inoperantes. Algo así puede ser la idea global que se siente en las cúpulas de la Dirección General de Escuelas; esto no es un invento mío, sin ir demasiado hacia atrás, el nefasto “ítem aula” implementado desde 2018 es el síntoma de esta ideología persecutoria, de esta presunción de culpabilidad hasta que se demuestre lo contrario. ¡Si la profesora o el profesor no está casi recibiendo la extremaunción, que no se atreva a faltar a clases! Porque le sacamos plata del bolsillo…
Así, armados con malos pensamientos sobre los profes en los planes, pero felicitándolos por lo alto y mandando poemas sobre la docencia cada 20 de junio, ninguneándoles los justos reclamos sobre sus salarios o creando políticas represivas, estos señores y señoritas de traje en la DGE han duplicado las exigencias sobre los maestros y las maestras por el cursado virtual. Cursado virtual para el cuál TODA la preparación que la DGE brindó a docentes fue, en muchos casos, sino la mayoría, mandarles un montón de tutoriales y hacer algunos cursos exprés, todo sobre la marcha, todo sin contemplar el nuevo coste económico que sostener las clases implica para estas y estos docentes. El aula virtual se volvió el nuevo dios sínico con el que los sínicos conquistadores de la DGE aprendieron a avasallar a maestros de todo el territorio. El gran problema de estas aulas virtuales es que, siendo francos y hablando con algunos docentes, casi no se usaban antes de la pandemia, o funcionaban a medias. Y después del decreto de la cuarentena obligatoria en marzo, es a través de este canal que muchos profesores y profesoras deben rendir cuentas de que están haciendo su trabajo. Pero bueno, nadie esperaba que hubiera que ordenar las prioridades tan repentinamente en todo el sistema de educación pública: la idea era destinar los recursos a hacer realidad el ítem aula y no a crear plataformas que sirvan y sean accesibles, o a formación docente, porque todo se hacía en papel.
Pero ya pusimos a girar la rueda de la educación virtual, no podemos detenernos: que los maestros cumplan como sea su función; que los platos rotos los paguen ellos y ellas. Las órdenes son claras, arréglenselas como les salga. Pero suban las cosas al aula virtual. Hagan las videollamadas por Zoom que hagan falta; cumplan sus horas; descárguense mil editores diferentes; sean eficientes y claros a pesar de que su internet se les caiga; gárpense una mejor internet; ¡encuentren la forma de todos sus alumnos puedan cursar! Así que manden los trabajos por mail, por Facebook, por instagram y/o por paloma mensajera. Desvélense; trabajen doce horas al día, entre diseñar la clase virtual, subirla a la plataforma berreta, cerciorarse de que les llegue a todos, tener la clase y los horarios de consulta, la llamada con los directivos y que se yo que más… La rueda gira, y los observamos. Así transcurrieron los meses desde marzo hasta ahora, en la vida de casi todas las profesoras y profesores que cada uno conoce. Si es que han podido ejercer su trabajo. Parece un estado capaz de sumir a cualquiera en una profunda histeria. Todo, bajo la mirada profusa de mil organismos de control. Un control que es necesario, y que bien administrado les quitaría a los laburantes de la educación bastante del peso que llevan en sus hombros. El problema es que el control, el ojo constante puesto sobre el trabajo del docente, no ha estado acompañado de un desarrollo sostenido a lo largo del tiempo; desarrollo de las competencias digitales, en este caso. “Vigilar y castigar”, como se titula el libro de Michel Foucault: vigilar y castigar es la premisa fundamental. Nunca “vigilar y avanzar”. Castigar esta antes en la lista de prioridades.
Y si castigar esta antes, es porque algunos cuantos asumen que los educadores son culpables. Y por eso, viven en las celdas del panóptico.