Una revolución musical de corto alcance.
40 años de Maestra vida
Este año celebramos los 40 años de una obra en dos partes, que cuenta la historia de una familia por tres generaciones. El desarrollo de una peripecia, estampada con fineza, nos golpea y aclara acerca de condiciones de vida aun no desterradas en América Latina. La voz de un reclamo popular que no termina de resolverse. Por eso, la vigencia de esta obra, y, por eso, nuestro recuerdo en esta nota.
Las composiciones de Rubén Blades siempre se han caracterizado por su apego a la crónica social; la calle y el barrio cobran especial protagonismo, como muestra de pautas culturales definitorias del sujeto latino. Eso es Maestra vida: facetas del ser americano, cultura popular donde lo musical se juega como actividad protagónica que nos sumerge en la intimidad de la vivencia.
Es arte puro, salsa del más alto calibre teñida de aspectos innovadores.
La concreción del pasaje por un estilo sinfónico no supuso la ausencia de contundencia rítmica, y es que, este maravilloso álbum, también exhibe la impronta de su productor: “el gran” Willie Colón, quien, en 1979, introduce este tipo de sonoridad a partir de “Solo”: un trabajo experimental bien interesante, aunque un tanto carente de la tradicional fuerza del “género”.
1980 es el año, Rubén Blades estrena su gran “ópera social” y se consagra como experto en narraciones donde, teniendo en cuenta el formato discográfico de la época, el breve tiempo disponible es explotado al máximo. Implanta relatos que, a manera de crónica, retratan con lujo de detalles la cotidianeidad del barrio latino en sus estrechas vinculaciones con la política.
Maestra Vida es la historia de una familia a través de tres generaciones; se apuntala en el detalle de un proceso, que se concretiza en una relación de pareja: Carmelo y Manuela. Será el modelo de base, punto de partida a la emergencia de formas de comportamiento y relacionamiento, que exhiben con suma claridad los estereotipos distinguibles en los barrios pobres de América Latina. El típico galanteo del guapo con la joven más codiciada del vecindario admirada por su belleza (“Carmelo, parte I”, “Como tú” y “Manuela”); la peripecia del nacimiento del primer hijo ( “El nacimiento de Ramiro”), entre otros; son temas que trasmiten cultura de barrio latino.
Destaca la suave continuidad entre cambios de sonoridad y ritmo, en conjunción con fragmentos que contribuyen a generar diferentes climas. Prólogos y epílogos introducen lo que prosigue con melodías cercanas que realizan una síntesis de lo que pasó y se viene, diálogos que preceden o se confunden con la música. Todo contribuye a establecer una unidad bajo diversos sentidos. Gradualmente, van apareciendo en el interior de una historia que, no por ofrecerse de manera lineal, carece de profundidad y cabalga sobre un estilo que oscila entre lo sinfónico clásico y la salsa de corte festivo, con todo el sabor del barrio. La obra da para excavar a fondo detrás de una sucesión de hechos, que reflejan el tránsito a través de los avatares de varias generaciones de una misma familia. La variedad de climas recreados musicalmente no afecta la identidad de la obra: sigue siendo un álbum de salsa que, a pesar de sus pretensiones, no logró transformar el género de manera radical. Es el estilo personal de Rubén, en algún momento denominado “folklore de ciudad latina”.
En términos generales, un artista ampliamente versátil: compone, arregla e interpreta de todo y lo hace bien.
La obra se divide en dos partes de 39 y 44 minutos respectivamente.
La primera presenta a los personajes y la manera como llegan a entrar en relación, así como también, el nacimiento del hijo. En líneas generales, la música es festiva: describe el “momento” de juventud con un espíritu de ascenso vital en el disfrute de la vida. Es lo habitual, lo natural en ese contexto de barrio latino, con gente que apenas vive de su trabajo.
El final de esta primera parte es marcado por la introducción de un factor productor de crisis: el político en campaña electoral es presentado irónicamente, la burla es el presagio de un comportamiento fraudulento que arruinará familias enteras; la política es responsabilizada por la crisis que se inicia. El último tema del Volumen I (“Hay que vivir”) es un anuncio: a pesar de las circunstancias adversas, se debe afrontar la vida, porque encierra valor en sí misma más allá del dinero. Es un final que nos introduce en la sucesión de crisis que superpoblarán el Volumen II: muertes varias por vejez, prisión, incertidumbre vital y miseria, serán los temas abordados en la segunda parte.
Misma lógica, solo que esta vez se recorre el camino inverso: la muerte inicia un panorama de desgracias, que va profundizándose hasta alcanzar la miseria absoluta de una familia confrontada a la contracara del quehacer político: pasó la campaña electoral, ya no interesa el ciudadano, menos si es pobre.
Rubén aborda la situación del viejo en términos más culturales que biológicos, se centra en el lugar de exclusión a partir de una queja que sobreviene en instantes previos a la muerte: Carmelo queda situado de cara al abandono, su hijo no lo visita y la sociedad lo menosprecia.
El “poeta de la salsa” pinta con maestría la situación del anciano (“Manuela después”, “Carmelo después”).
“El velorio” de Carmelo abre paso al balance final de Ramiro, en algo que es punto central de toda la historia; el mensaje clave, presentación de Cesar Miguel Rondón mediante. Su discurso pausado nos introduce en la moraleja final, motivo del título del álbum.
El núcleo de la obra es “Maestra vida”, tema central que resume toda la experiencia vital de un ser humano más allá de país o estamento social alguno. Síntesis existencial que engloba, de forma más bien abstracta, las temáticas de las piezas restantes. La posibilidad de aprender que no necesariamente se aprovecha, aunque siempre está presente; la alternancia del goce y el sufrimiento, y múltiples preguntas sin respuesta. La vida como una incógnita, misterios que no podrán resolverse a pesar del esfuerzo humano.
Esta segunda parte está inundada de tristeza de principio a fin. Es la contracara del Primer Volumen y se cierra con la sumisión en la pobreza de lo que queda de la familia Da Silva. Es el complemento del tema homónimo presente en la parte I: “Hay que vivir”. En realidad, es un coro callejero sin música, la explicación corre por cuenta del periodista venezolano César Miguel Rondón: un desalojo que culmina con la muerte de Ramiro Da Silva y su esposa.
Una joya de la música latina que, si bien no marcó un camino estilístico, logró captar los corazones de los salseros a pesar del transcurso del tiempo.
Una extensa pieza musical recordada luego de 40 años no es poca cosa; la paradoja es que no tuvo el destino final de sus personajes, permanece muy vigente por algo que caracteriza a las obras de Rubén: crónicas que no pasan de moda debido a su hondo contenido cultural y hasta existencial que, transcurso del tiempo mediante, continúa ofreciendo múltiples posibilidades de identificación.