En la espera.
Generales y diplomáticos les dijeron a sus líderes exactamente lo que sucedería después de que las fuerzas occidentales abandonaran sus puestos en Afganistán, y aquí estamos, viendo cómo las ciudades se derrumban una por una y los yihadistas de todo el mundo se apresuran a abrazar su nuevo califato, uniéndose a miles de combatientes extranjeros que ya están allí.
En una de las declaraciones más discordantes de la historia, el presidente estadounidense Joe Biden (quien insiste dogmáticamente en que no se arrepiente de su decisión) instó condescendientemente a los afganos a salir y “luchar por su nación”, mientras Estados Unidos huye hacia las salidas. La administración de Biden movilizó una ridícula pelea diplomática de último minuto a través de Qatar para rogar a un talibán victorioso que aceptara un compromiso de reparto del poder. Si los talibanes tuvieran sentido del humor, se reirían todo el camino hasta Kabul.
Los talibanes prometieron a los negociadores estadounidenses que no atacarían ciudades y pues, quién diría que estos extremistas feroces no cumplen sus promesas, al igual que no cumplen las promesas de no masacrar a soldados y funcionarios públicos, o las promesas de no permitir que los terroristas operen en suelo afgano. Los talibanes son expertos en decirle al público lo que quieren escuchar, al tiempo que añaden sus propias advertencias silenciosas: “Dejaremos que las mujeres sigan su educación” (hasta que tengan 10 años); “Defenderemos los derechos de las mujeres” (según nuestra propia interpretación de la Sharia).
Los talibanes no deben nada, no esperan nada, no quieren nada de la comunidad internacional. Sus líderes ahora estarán aún más predispuestos a albergar terroristas, a pesar de las predicciones desconcertantemente estúpidas (no digamos ingenuas) de los funcionarios occidentales de que 20 años de insurgencia brutal habían suavizado los peores instintos de los talibanes.
Como presenciamos después del 11 de septiembre y después del surgimiento de Daesh en 2014, los éxitos espectaculares en un lugar tienen un impacto masivo en la inspiración de yihadistas en otros lugares, alentando a decenas de miles de almas enfermas a inscribirse en estos perversos cultos de la muerte. Y el terrorismo global ya estaba en una curva ascendente. El Departamento de Defensa de Estados Unidos concluye que Daesh está “bien arraigado” en Irak y puede “operar indefinidamente” en el desierto sirio. ¿Estados Unidos ya ha abandonado estos estados? Quizás no, pero al tratar de hacerse invisible, ha paralizado sus fuerzas hasta el punto en que no pueden hacer mucho más que protegerse de los ataques con misiles de militantes respaldados por Irán que posiblemente son mucho más perniciosos que Daesh, y que son alimentando nuevamente el clima sectario tóxico que dio origen a Daesh en primer lugar.
El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, advierte sobre una expansión “alarmante” de los afiliados de Daesh en África: una insurgencia islamista se apoderó de gran parte del extremo norte de Mozambique. Los extremistas en el Congo están asesinando alegremente a soldados y civiles. La franquicia nigeriana de Daesh, ISWAP, se ha embarcado en una serie de ataques contra puestos militares en el norte de Camerún. Un grupo rival masacró la semana pasada a 26 soldados en Chad.
La promesa de Francia de retirar sus tropas en el Sahel le dará al terrorismo un enorme tiro en el brazo en estados débiles como Níger, Burkina Faso y Mali, donde los yihadistas han masacrado indiscriminadamente a ciudadanos. Una plétora de grupos relacionados permanecen activos en Libia, Argelia, Somalia, la península del Sinaí y más allá.
La “guerra contra el terrorismo” del presidente Bush fue pura estupidez desde el principio, con trágicas consecuencias para Irak y Afganistán devastados por la guerra. Pero habiendo invadido estas naciones e impuesto sus propios sistemas de gobierno, Estados Unidos estaba moralmente obligado a terminar lo que comenzó.
Cuando Bush declaró “misión cumplida” y Trump anunció “victoria del 100 por ciento del califato”, se estaban mintiendo a sí mismos y al mundo. El terrorismo no se derrota en una sola batalla, sino a través de décadas de pacientes esfuerzos en apoyo de estados estables y bien gobernados en todo el mundo en desarrollo. Aunque Trump ya había hecho un trato con los talibanes, ¿por qué Biden se sintió obligado a adherirse a algo que era tan obviamente catastrófico? ¿Por qué los aliados potenciales volverían a confiar en las naciones occidentales?
El lío que Estados Unidos ha dejado atrás no es un argumento en contra de la participación de Occidente en el mundo: el 11 de septiembre y todo lo que siguió fueron consecuencia de la negligencia crónica de los asuntos mundiales a lo largo de la década de 1990, creando el entorno óptimo para que florecieran el extremismo y la inestabilidad. Al incumplir sus compromisos con Afganistán, Oriente Medio y África, los líderes occidentales están repitiendo este error. Daesh, Hezbollah, Al-Qaeda y los hutíes cosecharán maliciosamente los beneficios.
A diferencia de Trump, Obama y Biden son seres humanos concienzudos que deseaban lo mejor para su país, pero las políticas exteriores de los tres han sido igualmente catastróficas al crear un entorno internacional destrozado, listo para la conquista por terroristas y estados parias. Mientras tanto, Estados Unidos y Europa están amenazados por el extremismo de extrema derecha, que infesta el planeta con mentiras racistas y antidemocráticas y teorías de conspiración.
La avalancha de refugiados afganos recién está comenzando y, al igual que con Siria, Daesh y Al-Qaeda tendrán muchas opciones para elegir entre los jóvenes enfadados y marginados cuya única experiencia de vida es la del conflicto y la brutalidad extrema. Para ahorrar los costos de un par de miles de tropas apostadas en el extranjero, Biden y Trump han sembrado las semillas de una avalancha de conflictos que aún no han surgido.
“Las lámparas se están apagando en toda Europa”, comentó el secretario de Relaciones Exteriores británico, Sir Edward Gray el 3 de Agosto en 1914, cuando comenzó la Primera Guerra Mundial. Las lámparas de hoy se están apagando en todo Afganistán, los telones se están bajando, el segundo acto termina con sus protagonistas escapando del país y pienso, aún no hemos visto el punto de tensión máxima en esta puesta en escena.
Hay que esperar, esperar por sus nuevos protagonistas, el cambio de trama y por supuesto esperar lo mejor para los cuidadanos.