De un pálido perfecto.
El hombre caminaba descalzo y desnudo, sintiendo el crujir de las hojas húmedas bajo sus pies, la oscuridad lo acompañaba a la aventura al igual que la fresca brisa que erizaba su piel. El bosque parecía contarle historias, los árboles zumbaban notas musicales.
Se sintió observado por la Luna y en una atmósfera intranquila tras un ruido a sus espaldas volteó la cabeza hacia la enorme roca parda y observó…
Sentado sobre ella se alzaba la silueta de un hombrecillo de cuatro a cinco pulgadas, con seis dedos en cada mano, cabellos desordenados y móviles cual medusa, negro como la noche, de ojos profundos…
Se internó el hombre dentro de la roca saliendo a un místico manantial que creyó reconocer, y al observar entre las aguas, su misma imagen le fue revelada: un hombre descalzo y desnudo, negro, con seis dedos, cabello alborotado, de ojos profundos…
Así como cada una de las noches bebió cada una de las gotas hasta que sus brazos crecieron tanto que alcanzaron la orilla opuesta del mundo, sus piernas sin crecer simplemente embarnecieron, sus ojos se abrieron de par en par, el tinte negro de su piel se volvió de un pálido perfecto, su lengua comenzó a alargarse levemente y a teñirse azul frambuesa, su nariz se volvió burda, un conejo subió a su espalda y quedó marcado como una sombra…
Comenzó entonces a dar vueltas abrazando al mundo.