Ernesto si, Che no tanto.
Esta semana hace 94 años nació el Che Guevara. Y, para muchos latinoamericanos, su cumpleaños es un motivo anual de celebración, de orgullo.
En las comunes protestas alrededor del continente, las camisetas con su rostro se venden como pan caliente. Aún más comunes son los tributos al supuesto altruismo y compasión del Che, escritos por quienes comparten sus simpatías comunistas. Como escribió recientemente un funcionario sindical británico en la revista Tribune, con sede en el Reino Unido, “(Él) dedicó su vida a la causa de los oprimidos y, en el proceso, se convirtió en una de las figuras más influyentes del siglo XX”. Los escritos del Che, según sus aliados gremiales, revelan “encanto y ternura, así como un compromiso político absoluto para averiguar cómo podemos ganar y mantener un mundo dirigido por y para el pueblo”.
Esa es una forma de decirlo. Pero el verdadero Che está muy, muy alejado de la figura idealizada por la izquierda radical. No es tan difícil exponer el mito en que se ha convertido el Che Guevara.
Ante todo, el Che Guevara era un comunista de sangre fría que encontró un aliado en el revolucionario cubano de Fidel Castro. En 1955, conoció a Castro en la Ciudad de México, se unió a su Movimiento 26 de Julio, con el que partirían hacia Cuba con la misión de terminar el régimen de Fulgencio Batista, con esta misión completada finalmente se convirtió en un funcionario de alto rango del gobierno en el nuevo gobierno. Che se desempeñó como presidente del banco nacional y más tarde como ministro de industrias del país, reforzando el control de Castro sobre toda la economía de Cuba.
En los diversos roles del Che para el gobierno comunista, el Che ejerció su influencia sin piedad, encarcelando o matando a miles de cubanos. A menudo olvidado (o ignorado) por los simpatizantes del Che, dirigió la infame prisión de La Cabaña, un pelotón de fusilamiento convertido en centro de detención para los enemigos políticos de Castro. Varios hombres que sobrevivieron a la prisión de La Cabaña recuerdan una noche en que empujaron a un niño de 14 años a su celda de detención. Cuando se le preguntó qué había hecho, jadeó porque había tratado de defender a su padre de el pelotón de fusilamiento, pero no tuvo éxito. Momentos después, los guardias sacaron al niño a rastras de la celda, y el propio Che Guevara ordenó al niño que se arrodillara. Los hombres encarcelados gritaron ‘¡asesinos!’ y vieron por la ventana de su celda cómo Guevara sacaba su pistola, colocaba el cañón en la nuca del niño y disparaba.
Eso difícilmente es “encantador” o “tierno”. Los oprimidos sufrieron más bajo el Che. Según el autor peruano Álvaro Vargas Llosa, el Che disfrutó muchísimo matando a sus enemigos, reales o aparentes. Llevó a cabo muchas ejecuciones personalmente. Para citar directamente al Che: “Terminé con el problema con una pistola calibre 32, en el lado derecho de su cerebro… Sus pertenencias ahora eran mías”.
Quienes estudian al Che y América Latina no necesitan confiar en relatos de segunda mano para comprender al hombre; estaba demasiado dispuesto a explicar sus métodos en persona. Como dijo ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1964: “Hemos disparado, disparamos, dispararemos y seguiremos disparando mientras sea necesario”.
Casi un siglo después del nacimiento del Che, ahora depende de los latinoamericanos decir la verdad sobre sus formas asesinas. Incluso y especialmente cuando la izquierda radical celebra el tipo de comunismo a sangre fría del Che, corresponde a las personas curiosas separar la realidad de la ficción.
Con una ambición de poder que llegaba mucho más allá de lo que sus posibilidades le permitían, el Che disfrutó de un grado muy desconocido de privilegios en las trincheras cubanas, más diplomático que libertador y con un premio dado por los que sin fundamento se dejaron llevar alimentando su deseo de pertenencia a lo que la izquierda llama el movimiento popular más bien serán títeres sin derecho a pensar.
Lo que intento desmitificar es la imagen de salvador que se le atribuye, espero poder sembrar la semilla de la duda acerca de la popularidad mundial de un ícono construído desde Rusia pasando por China con un objetivo Europeo.
La visión pacífica y romántica del Che es mera ficción. Los hechos son muerte, destrucción y desesperación que aún se palpan en la Cuba represiva que dejó atrás.